Un reciente reportaje divulgado por el programa Testigo Directo del Canal UNO, revela que al menos 13 de los hijos de los principales cabecillas de la guerrilla narcoterrorista de las FARC, se encuentran actualmente estudiando, entre otros países, en Francia, Canadá, México, Cuba, Argentina, Nicaragua y, por supuesto, la tristemente célebre Republica Bolivariana de Venezuela. Según el informe televisivo, los hijos de los más importantes jefes narcoterroristas, entre ellos, ‘Alfonso Cano’, ‘Rodrigo Granda’ y los muertos ‘Raúl Reyes’ y ‘Mono Jojoy’, se encuentran residenciados en el exterior y llevan una vida ‘normal’, como cualquier otro estudiante, sin sentirse amenazados o importunados por los controles y persecución de las autoridades.
Y aunque ningún individuo debe pagar por los pecados de sus padres, debemos convenir en que no estamos hablando de personas cualesquiera. Se trata de los ‘delfines’ del narcoterrorismo que se educan gracias a los recursos obtenidos por las actividades criminales de sus padres; son los dineros producto del narcotráfico, del secuestro, de la extorsión, del robo, del pillaje, etc., los que pagan la educación de estos personajes. Además, según informes de inteligencia conocidos publicamente, estos ‘delfines’ no se limitan simplemente a las actividades propias de su formación académica. Ellos se han convertido en importantes pregoneros y publicistas de la causa narcoterrorista de sus padres en el exterior, encargándose de establecer relaciones y buscar apoyos políticos y financieros en organizaciones de extrema izquierda de Europa y América.
Así que los ‘delfines’ del narcoterrorismo hacen parte del andamiaje diplomático que las FARC han logrado establecer en el exterior. Se trata de una compleja red de apoyos ideológicos y financieros que los narcoterroristas han tejido junto a la extrema izquierda internacional, intentando ganar legitimidad para la guerra de las FARC contra el Estado colombiano. Desde Europa especialmente, las ONG izquierdistas y los partidos comunistas coordinan una campaña para ennoblecer la infame actividad criminal de las guerrillas narcoterroristas en Colombia y, paralelamente, desacreditar al Estado y a sus fuerzas de seguridad.
El caso paradigmático de lo anterior es ANNCOL, la agencia noticiosa de la guerrilla afincada en Europa, desde donde difunde mentiras de toda clase sobre la situación colombiana, presentando a los narcoterroristas como una suerte de Robin Hood’s criollos que luchan por la “liberación del pueblo colombiano contra un Estado oligárquico, mafioso y violador de derechos humanos”.
Desafortunadamente este discurso es comprado por algunos países como Canadá, que no comprenden la verdadera situación colombiana y, sí bien no apoyan a los narcoterroristas, tampoco los condenan con firmeza. Por eso no imponen mayores controles a la entrada de los amigos de los guerrilleros –ni a sus hijos– y, por el contrario, se ha convertido en uno de los destinos predilectos de criminales que buscan refugio ‘político’.
En el caso de América Latina la situación es mucho más entendible dada la existencia de gobiernos izquierdistas muy proclives a la causa narcoterrorista de la guerrilla y por eso no nos debemos extrañar que incluso les faciliten becas de estudios a los ‘delfines’. Cabe destacar como, según los informes de inteligencia, en
Entre tanto, la diplomacia colombiana continúa durmiendo en los laureles, demostrando su pusilanimidad para hacer frente a la guerra política de las FARC y sus ‘idiotas útiles’ en el exterior. Ni los gobiernos extranjeros, ni el gobierno colombiano –lo que es peor– han demostrado firmeza para impedir la entrada de los ‘delfines’ del narcoterrorismo, aun conociendo el origen criminal de los recursos con los que se sostienen y las actividades ilegales paralelas que desarrollan.
La política exterior del país sigue a la deriva, permitiendo que el narcoterrorismo expanda sus redes de apoyo internacionalmente y enseñando una tibieza exasperante para exigirles a los gobiernos que cierren las puertas a cualquier expresión del narcoterrorismo, incluso a sus ‘delfines’ que se educan para continuar en el futuro con la actividad criminal de sus padres
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