Ayer el Presidente de la Republica, Juan Manuel Santos, realizó una visita oficial a Venezuela donde, en compañía de su ministra de exteriores, María Ángela Holguín, se encontró con el mandatario venezolano, Hugo Chávez, y el sindicalista que funge como canciller, Nicolás Maduro. La reunión se concentró en la normalización de las relaciones diplomáticas entre los dos países, particularmente de las comerciales, y se caracterizó por la ‘fraternidad’ y el trato cordial entre las dos delegaciones. Sin embargo, y como ha sido la política colombiana bajo mandato de Santos, el tema de la seguridad no fue tratado en profundidad. Esto claro para no molestar al déspota bolivariano.
Conocidos y probados son los nexos de Chávez con las Farc narcoterroristas. Allí, en Venezuela, las Farc planean los atentados que luego cometen en nuestro territorio. Allí, los narcoterroristas se refugian de la persecución incesante de las autoridades colombianas, al amparo de la corrupta Guardia Nacional. Allí, obtienen los recursos financieros y militares que necesitan para continuar con su accionar criminal contra la sociedad colombiana. Allí, los narcoterroristas tienen vía libre para traficar y enviar sus cargamentos de droga hacia EE.UU. y Europa, así como para lavar el dinero producido por este negocio, con la total apatía del gobierno. Allí, y junto a los también terroristas de Eta y las milicias bolivarianas, se les adoctrina en los postulados ‘ideológicos’ del comunismo del siglo XXI para derrocar al Estado de derecho y la democracia liberal en Colombia.
Conocida es también la ambición de Chávez por extender internacionalmente su doctrina comunista, y por lo cual, según su irracionalidad esquizofrénica, necesita un grande aparato militar para defender la “revolución socialista latinoamericana” del “imperio yanqui” y de sus “cachorros”. Por eso ha venido comprando armas, aviones, barcos, tanques, y equipos de guerra en general, con los cuales incrementar su ‘poder disuasivo’. Lo cierto es que, más allá de ser material simplemente defensivo, se trata de elementos de guerra ofensivo con el cual Chávez pretende intimidar y amenazar a los países que se opongan a sus aspiraciones de déspota tercermundista, particularmente a la Colombia demócrata que se resiste a su comunismo trasnochado, la gran aliada de EE.UU. en la lucha contra el narcoterrorismo.
La última de las ‘gracias’ chavistas es la construcción de una central nuclear en territorio venezolano para la producción de energía – y porque no de una bomba atómica –, con la asesoría rusa, pero también con la participación de Irán – el mismo país que proclama la aniquilación del Estado de Israel. Con esto, Chávez pone en riesgo no sólo la paz al generar una nueva amenaza nuclear e invitando a nuestro vecindario a países terroristas como Siria e Irán, sino que también pone en riesgo la salud medioambiental de la región con la potencial contaminación radioactiva producto de los desechos nucleares del proceso de tratamiento de uranio.
No obstante, todo esto parece no importarle al gobierno de Juan Manuel Santos. Lo realmente importante es resolver cualquier 'impasse' con Venezuela por vía de la conversación para retomar un intercambio comercial que asciende a los 7.000 millones de dólares anuales. Relaciones éstas que, por si no fuera suficiente, son denigrantes para los comerciantes colombianos quienes deben implorar que los venezolanos paguen las mercancías que les han comprado. Y a pesar de que Chávez se comprometió en agosto a gestionar los pagos atrasados, ésta es la hora en que Cadivi no ha desembolsado los dólares para el pago de la deuda.
Como un cortesía adicional, el presidente Santos le llevó a Chávez la noticia de que el presidente del Senado de la Republica, Armando Benedetti, quien pertenece a su partido, adelanta una campaña para que el Congreso en pleno, desconozca y desacate el fallo de la Procuraduría General de destituir e inhabilitar a la aun senadora Piedad Córdoba, probados sus vínculos con el narcoterrorismo. Como sabemos, Córdoba es gran amiga de Chávez y cómplice de su entuerto comunista.
Colombia ha asumido la política del reclinatorio en materia de relaciones con su vecino bolivariano. De una posición firme de denuncia, rechazo y censura a los lazos de Chávez con los narcoterroristas de las Farc, se ha pasado a una timidez pusilánime en la que los temas de seguridad no se tratan para no molestar al déspota bolivariano. ¡Qué miedo a que el tirano se enoje! Y lo peor es que esta humillación es en vano. Venezuela no pagará lo adeudado a los comerciantes colombianos, por lo menos no lo hará en el corto plazo. ¡Qué ingenuo es el gobierno Santos sí le da crédito a la palabra de un orate!
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