La izquierda siempre ha tenido en la mira a las nuevas generaciones, espera que una de ellas en Colombia responda a sus cánticos desde mediados del siglo pasado. Hoy en día, dada la apertura política que consagró la Constitución de 1991, confían en que los hoy adolescentes, que solo han tenido como referente los 8 años del período presidencial de Álvaro Uribe y que por decisión oficial de los 70, desconocen el transcurso histórico del país, acojan su propaganda “rebelde” y “antiestablecimiento” como la verdad de la historia nacional.
Bolívar y los héroes de la independencia son presentados en los textos oficiales de educación, casi que como los antecesores de Pedro Antonio Marín y sus secuaces, mientras el Ejército Nacional y las Fuerzas Militares no son más que continuación de los ejércitos conquistadores de España, mostrar a EE.UU., como la nueva potencia colonizadora, presenta a nuestro Ejército como la reedición de la Malinche y Cortés en México, el mestizo Santa Cruz y Tupac Amaru en el Perú, o a la historia del Baltasar con respecto a Calarcá en nuestra nación.
No dudó la exsenadora Piedad Córdoba Ruíz, invocando esa historia tergiversada, en pedirle a los jóvenes estudiantes universitarios unirse a la insurrección de Tirofijo; no es gratuita la influencia que ejercen células armadas de las narcoguerrillas sobre todo en la Universidad Pública, como tampoco lo es la cooptación de jóvenes profesionales para unirse al PC3, aprovechando esa cultura del enriquecimiento rápido que el narcotráfico creó en el país.
¿Quiénes están educando a los hijos de nuestras clases populares y medias? Maestros surgidos en su gran mayoría de Universidades ideológicamente vinculadas a la izquierda hirsuta y atávica, dirigidas por intelectuales que perciben una realidad desde la estratosfera de los acontecimientos que ocurren o voluntariamente elevados hacia otros espacios por el consumo de drogas santas, como hoy las presentan, que no pueden observar en los desfiles que ellos mismos presencian la actividad de grupos armados y violentos actuando a nombre de las narcoguerrillas.
Nuestros colegios y escuelas están en manos de la delincuencia; no hay día en que los medios no registren un hecho violento contra la integridad y la vida de los educandos. Los maestros se declaran impotentes y víctimas de los resultados de lo que indudablemente es una educación pública orientada a los reclamos gremiales y sindicales, mientras se abandonó por completo la educación en valores éticos, morales y civiles. La Constitución se enseña como un método para exigir el individualismo hedonista, no como una norma para la convivencia social.
No se necesita una medida estadística; el magisterio colombiano está orientado a servir a los intereses particulares de un partido político de oposición; lo que menos representa democracia es la composición del sindicato de maestros, que son precisamente los orientadores de las nuevas generaciones. Muchos maestros pudieron estremecerse en su fuero íntimo por hechos como los de Machuca o Bojayá, pero es página, en tanto afecta la imagen de las Farc, es volteada sin análisis, sin discusión, mientras insisten en convencer a sus alumnos que el asalto del Palacio de Justicia en noviembre de 1985, fue un acto de barbarie del Ejército Nacional, ya ni al M-19 lo mencionan.
Hablamos de la generación del siglo XXI; si, según la UNICEF en Colombia son cerca de 18 millones de habitantes adolescentes, niñas o niños, el potencial político de quienes maniobran de esa manera es elocuente. El estereotipo a mostrar es claro, todo lo anterior a ellos eligió a Uribe y Uribe es la culpa de todos los males; nadie preguntará por la historia anterior, mucho menos por aquella en que mediante el terror las Farc y Eln le declararon la guerra a Colombia.
Cierto es que las Universidades son autónomas en sus programas educativos, pero tal autonomía no puede representar que los programas educacionales se conviertan en correa de transmisión de las tesis de las narcoguerrillas, el PC3 y el Movimiento Bolivariano, que mediante la violencia pretenden cambiar el pensamiento de los ciudadanos colombianos, de tal manera que cuando no lo logran por la violencia armada lo hagan por la violencia psicológica e intelectual a partir de los infantes y adolescentes.
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