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martes, 16 de noviembre de 2010

LA PASIÓN DE LOS COLOMBIANOS

En un interesante análisis sobre cuál ha sido el mejor deportista colombiano, el periodista Estéwil Quesada F.[1], señala de manera cierta cómo el colombiano medio es muy emotivo y olvida fácil: celebra de manera desbordada sus triunfos, sin mesura ni calcular consecuencias, a lo que sumaríamos una corta memoria de su propia historia que ha impedido consolidar un verdadero conocimiento de los hechos que nos rodean.

Basta un repaso de los acontecimientos que han rodeado la presencia de la amenaza narcoterrorista desde mediados del siglo pasado, alimentada por una actitud laxa y casi tolerante de diferentes gobiernos frente al fenómeno de las otrora guerrillas comunistas en las décadas de los 60 y 70 y la ceguera ante la realidad de la conversión de esos organismos en verdaderas empresas criminales apoyadas fundamentalmente en el narcotráfico a partir de los 80.

A finales de los 50 el pueblo colombiano celebraba exultante el fin de la violencia partidista; las acciones de las Fuerzas Militares que permitieron recuperar el orden en la mayor parte del territorio nacional donde campeaban bandoleros de la talla de Sangrenegra, Desquite, Charro Negro y otros, se vio frustrada por razones políticas que impidieron la total recuperación oficial de Marquetalia, Viotá, y otros municipios donde se hicieron fuertes las llamadas autodefensas campesinas orientadas por el partido comunista y donde fungían como cabecillas militares antiguos guerrilleros liberales. El gobierno de la época consideró que el Plan Laso propuesto por el Ejército era una indebida intromisión militar en los asuntos políticos y decidió llamar a calificar servicios a sus Comandantes antes que atender las razones estratégicas y tácticas de la acción cívico-militar para derrotar las nacientes guerrillas del PCC.

En cambio, las guerrillas comunistas si alcanzaron una gran infiltración en los medios populares, comunales y estudiantiles, donde tenían la fuente para reclutar ilusos que eran presentados como luchadores sociales y es donde tiene mayor auge la ideología marxista-leninista que llegó a amenazar la misma Iglesia católica; esa inacción gubernamental permitió que en las clases medias se fijara el ícono de la revolución cubana y los presuntos éxitos de la URSS como modelo a seguir.

En la década de los 70 el accionar de las bandas armadas ilegales era visto como un fenómeno lejano y sólo se apreciaba como una ola pasajera la influencia comunista en las organizaciones sociales y políticas; la labor del Ejército Nacional en desmantelarlas era presentada como una acción represiva y la mayoría de la clase política no quería aparecer como cómplice de esa represión; el ELN a puerta de su derrota definitiva en la operación ‘Anorí’ es salvado por una decisión del alto gobierno que ordena la suspensión de las operaciones en su contra y permite su huída a Cuba, de donde retornará fortalecido hasta el punto de mantenerse hoy como un actor del terrorismo, disminuido pero existente.

Mientras los grupos comunistas adelantaban una constante y sistemática tarea de socavamiento de la institucionalidad, alimentando la lucha de clases y generando toda suerte de conflictos agrarios, laborales y sociales, los partidos políticos se contentaban con la alternación en el poder y la burocracia; el esfuerzo por transformar realmente al país se quedaba en el discurso, lo que indudablemente alimentaba la tesis de la exclusión política, económica y social con la que el comunismo generaba apatía o desconfianza hacia la democracia; la escaza participación ciudadana fue generada desde los propios partidos tradicionales y su peso aún se siente después de la Constitución del 91.

Fue la misma lejanía autoimpuesta por los centros del poder político y económico nacionales de gran parte de nuestras poblaciones, especialmente en los antiguos territorios nacionales, la que permitiría que las bandas armadas ilegales pudieran ejercer algo parecido a un control político y militar sobre buena parte de esas regiones; los diferentes experimentos políticos de los gobiernos para dialogar y negociar con las Farc y Eln han dado como resultado estruendosos fracasos en contra de la misma institucionalidad que permitieron a los bandoleros rearmarse y reorganizarse cuando más debilitados militarmente se encontraban.

En los últimos 8 años estas bandas narcoterroristas han sido reducidos a más del 50% de sus efectivos, su capacidad logística y de comunicaciones ha sido destruida, se acabó con el mito de que los cabecillas se morían de viejos porque el Ejército no era capaz de alcanzarlos y día a día su capacidad de daño se aminora, sus estructuras se descomponen internamente por la ofensiva y el cerco en su contra, la desmovilización promedio de 7 guerrilleros cada día son un claro ejemplo de los éxitos militares del Estado.

Pero de la misma manera en que los colombianos se movilizaron eufóricos contra las Farc en 2008 y han celebrado los contundentes golpes a las narcoguerrillas, como la Operación Jaque y recientemente la Operación Sodoma, éxitos no alcanzados en los 40 años anteriores, aparecen voces condenando al olvido estos triunfos y pretenden devolver la historia señalando ineficiencia e ineficacia militar porque supuestamente no se alcanzó el objetivo de derrotar totalmente las narcoguerrillas en 8 años, voces provenientes especialmente de partidos políticos que no le han explicado nunca a Colombia cómo fue que las narcoguerrillas alcanzaron el poderío del que llegaron a hacer gala.

El esfuerzo y sacrificio diario de cerca de 450.000 hombres en armas que defienden la democracia en Colombia es desestimado para realzar los errores que unos pocos han cometido de manera aislada contra la institución militar; la conducta delictiva de menos del 1% de los componentes de las FF.MM., es mostrada como política institucional y comentadores y supuestos analistas hablan del fracaso de la Política de Consolidación de la Seguridad Democrática (ha tocado techo dicen), para tratar de convencer a la sociedad de la necesidad de devolvernos a la era de la patria boba a través de la dialoguitis estéril con las bandas criminales como si las experiencias anteriores no hubieren existido, tomando la vida de los secuestrados y explotando publicitariamente el dolor de sus familias como excusa para sus protervos fines.

Ceder un centímetro de terreno a las narcoguerrillas implicaría retroceder años en el combate a la amenaza narcoterrorista, cualquier aire que se les dé políticamente será aprovechado por los bandidos para retomar ofensivas y demostrar poder; en esa materia no pueden los colombianos equivocarse por simple emotividad irresponsable

[1] EL TIEMPO. Rentería superó al Kid Pambelé y es el mejor. Martes 16 de noviembre de 2010. Pág. 29

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