A propósito de la guerra jurídico-política declarada por la narcoguerrilla y sus aliados políticos contra el Ejército Nacional de Colombia, mediante la cual se busca deslegitimar las acciones que éste desarrolla contra las organizaciones criminales que desde 1964 vienen agrediendo injustamente al pueblo colombiano y restar el apoyo popular que ha tenido a través de nuestra accidentada historia, vale la pena traer a colación una frase pronunciada con ocasión del día de recordación de los caídos (Memorial Day), en Miami, en el acto de homenaje al sargento Ofren Arrechaga, asesinado en Afganistán.
La libertad no es un regalo. Se trata de un beneficio ganado que está siendo continuamente pagado por la sangre de nuestros héroes[1], señaló Gary Cárdenas, secretario general del Distrito 14 de la Legión Americana, organización de veteranos.
La actitud del pueblo norteamericano representada en estos reconocimientos, contrasta desafortunadamente con la apatía y la indiferencia con que en Colombia se aprecia el sacrificio diario de nuestras tropas a lo largo y ancho de nuestra geografía; son héroes anónimos que con honor y valentía han defendido al país de un ataque terrorista y narcotraficante contra humildes campesinos, indígenas y afrodescendientes, de los humildes pobladores de nuestras más olvidadas regiones, impidiendo que mediante las armas se imponga un modelo político ajeno a nuestras más caras tradiciones y valores.
“El encontró aquí la libertad que no había en Cuba y siempre me decía que la libertad no es gratis, que tiene su sacrificios”, comentó la madre del Sargento Arrechaga, doña Marta Álvarez. “La libertad es bien cara, lo estoy sintiendo así, porque la pérdida para mí es irreparable”. “Lo que me compensa este dolor son las cosas buenas que hizo y las cosas lindas que se dicen de él”, agregó la señora Álvarez, quien vive en Clarksville, Tennessee, y viajó a Miami para asistir a la concurrida ceremonia en la que también participaron la joven viuda, Seana y su hijo de 3 años, Alston Ofren.
Como contraste en Colombia, organizaciones políticas y pseudodefensoras de los derechos humanos, quieren aprovecharse del dolor de las familias de los soldados caídos, mutilados o secuestrados, para atacar la moral de la tropa y haciéndole el juego a las narcoguerrillas imponerle a la sociedad una falaz salida política cambiando soldados y policías secuestrados por terroristas condenados por sus crímenes; mientras los criminales y sus voceros hablan de diálogo no dudan en asesinar a civiles inermes como se aprecia diariamente en los informes de prensa, para tratar de retomar la imposición de su voluntad mediante el terror, tarea que había sido frustrada por la Política de Defensa y Seguridad Democrática.
El soldado colombiano ha ganado con su sacrificio el corazón y las mentes de sus conciudadanos; pese a los viles ataques de que es objeto a diario por una minoría violenta que ha infiltrado peligrosamente organismos judiciales y otras instancias, el pueblo colombiano sigue reconociendo y tiene en alta estima a su Ejército, pero aún falta más, falta una movilización de ese pueblo que goza de sus libertades y garantías gracias a la labor de sus militares, que le muestre a los enemigos de la patria que no prevalecerán. Hace falta un Memorial Day en el que le rindamos los máximos honores a nuestros valientes soldados.
La historia de nuestro Ejército se remonta a las décadas de 1770 y 1780 con el Ejército comunero surgido en tierras del actual departamento de Santander: Luego de las capitulaciones de Zipaquirá de 1781, sus comandantes fueron traicionados, fusilados, sus cuerpos mutilados y esparcidos sus miembros, algo que absurdamente pareciere repetirse hoy con sentencias injustas mediante las cuales el derrotado narcoterrorismo busca cobrar venganzas contra quienes defienden nuestra libertad.
Desde los albores de nuestra nacionalidad el Ejército Nacional representa la patria misma y ha sido la base sobre la que se ha construido su historia institucional; por algo es hoy ejemplo en todos los campos en las páginas militares mundiales.
Debe retomarse el 7 de agosto de cada año para conmemorar la épica Batalla de Boyacá que selló nuestra independencia de España y convertir esa fecha en el día del reconocimiento al soldado; a partir de la familia y la escuela, las autoridades político-administrativas deben incentivar una verdadera fiesta nacional en la que se reafirme el sentimiento patriótico de las viejas y nuevas generaciones de colombianos.
El 7 de agosto de cada año debe convertirse en una fecha en la que debe recordarse que La libertad no es un regalo. Se trata de un beneficio ganado que está siendo continuamente pagado por la sangre de nuestros héroes a quienes estaremos eternamente agradecidos.
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