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lunes, 7 de marzo de 2011

LOS MUERTOS DE LAS FARC QUE RESUCITARON


Con titulares similares los medios señalan la confirmación de que algunos terroristas que supuestamente habían sido dados de baja, como en su momento lo informó el Ejército, aparecieron nuevamente delinquiendo, y atribuyen de mala fe al Ejército tales informaciones iniciales.

Lo que olvidan es que inicialmente las mismas Farc habían supuesto la pérdida de esos delincuentes, como sucedió en el caso documentado en los mismos computadores del Mono Jojoy, del bandido Elmer Mata Caviedes, supuestamente abatido en una emboscada militar en el rio Putumayo el 5 de octubre de 2005, sólo hasta 8 meses después las Farc confirmaron que había sobrevivido.

¿Son los anuncios militares parte de una campaña de desinformación? Definitivamente no, cuando ocurren combates muchas veces no son los cuerpos los que dan información de las bajas producidas, las Farc son expertas en llevarse a sus muertos y enterrarlos en sitios diferentes, se llega a conclusiones a partir de indicios como documentos, computadores, elementos de uso personal de los cabecillas reconocidos en material fotográfico o en testimonios de terroristas que sobreviven al ataque.

En el caso del bandido Mata Caviedes, inicialmente las Farc reconocían su muerte en comunicaciones interceptadas a sus estructuras criminales, las cuales solo hasta meses después son desmentidas internamente cuando el supuesto muerto aparece recuperado de las heridas o porque se reincorpora a esas estructuras luego de permanecer oculto, incluso en otros países.

Inicialmente y mediante la evaluación de lo encontrado en los sitios de combate, la baja se presume por los rastros o declaraciones y así se anuncia, porque entre otras cosas el Ejército está obligado a reportar esas muertes, no las puede ocultar y es lógico que así sea porque vendría a suceder que entonces sería juzgado porque presuntamente capturó al bandido y lo desapareció, como sucede en el caso de la terrorista Cristina Guarín en el caso del Palacio de Justicia de 1985 y cuyo hermano, también militante de esa organización delincuencial, es ahora vocero de las presuntas víctimas de la recuperación militar y principal acusador contra el Estado.

Sólo la experiencia en estos eventos va permitiendo corregir algunos yerros y por eso ahora el Ejército no ha confirmado la baja de alias Fabián Ramírez, quien hasta la fecha no ha sido encontrado, como las mismas Farc lo reconocen; no se sabe aún si pereció o sobrevivió al ataque a su campamento el pasado mes de noviembre de 2010, pese a que allí se encontraron sus objetos personales y que algunos testimonios señalan que su cadáver fue retirado por algunos sobrevivientes, otros señalan que fue retirado con graves heridas de allí, pero sólo serán sus restos los que den cuenta del hecho, por ahora lo importante es que este peligroso terrorista al parecer está neutralizado.

El Ejército, a diferencia de las organizaciones narcoterroristas, no requiere de publicar bajas o capturas no producidas, sus resultados son medibles en la medida en que amplios territorios de nuestra geografía hoy gozan de tranquilidad y sus habitantes desarrollan de manera normal sus acciones; por el contrario la narcoguerrilla requiere inflar o inventar sus informaciones en páginas electrónicas como Anncol con falsos partes de guerra para mostrarse victoriosas e impedir el derrumbe final de la voluntad de lucha de los terroristas.

Los resultados militares del Ejército han impulsado en los dos últimos años la desmovilización de muchos integrantes de las organizaciones narcoterroristas al entender la futilidad de continuar delinquiendo, hasta el grado de obligar a los cabecillas de las distintas estructuras criminales a fusilar a quienes sospechen van a desmovilizarse, obligando mediante el terror a los terroristas, especialmente niños y adolescentes, a mantenerse en armas o a adelantar acciones criminales contra pobladores y en algunos casos contra militares y policías.

Allí es donde los medios deberían buscar sustento para su afán de la chiva y desenmascarar esa guerra propagandística en la que se sustenta la guerra político-jurídica contra el Ejército, convirtiendo al periodista en idiota útil de sus protervos fines.

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