Comunismo de la guerra fría o bolivarianismo de la guerra tropical, tienen el mismo objetivo: La moral de combate del Ejército, que se enfrenta a las acciones terroristas impotentes pero con una gran capacidad de atacar mediante la acción mediática, jurídica y política de sus aparatos legales gracias a las bondades del sistema democrático.
Mientras los ejércitos democráticos del mundo no hacían ostentación de su poderío en las décadas del 60 al 90, los ejércitos soviéticos amenazaban en los desfiles del 1º de mayo con un poderío armamentista sin parangón, caído el muro de Berlín ese poderío militar se repartió en varias repúblicas y el poder de ciertas armas estratégicas terminó en el mercado negro y hoy, pese al atraso estratégico que pueda representar, es objeto del comercio en el desarrollo de otra fase de la confrontación, la guerra asimétrica en la que ningún Estado, concebido como tal, tiene responsabilidad, la cual recae sobre funcionarios o personas individuales.
Los gobiernos que alientan el terrorismo se excusan en lo simple: los mandatarios dicen no responder por las acciones de sus subalternos, por lo que ninguna investigación o condena internacional puede recaer sobre los Estados. Así, las organizaciones terroristas pueden actuar libremente desde un territorio que se declara neutral frente a un conflicto armado interno de sus vecinos, pero presta toda ayuda logística y política, para favorecer la acción criminal de las estructuras terroristas, representando conforme al derecho internacional una verdadera agresión contra un país vecino; es ese el fundamento de la guerra asimétrica.
Pareciere que muchos analistas occidentales despreciaren este concepto y que al igual que en el tránsito de la guerra fría, lo consideraren apenas un problema de policía que no afecta la integridad de la soberanía y la territorialidad nacionales de los países amenazados; nada quieren entender de los frentes en que se libra la batalla hoy frente al presumido extinto comunismo, la guerra que hoy se libra es precisamente convencer a los aliados de la democracia que en el tablero del ajedrez mundial sus “fichas” están contagiadas del irrespeto a los derechos humanos y por ende no pueden ser jugadas, mientras el comunismo puede coronar todas las “reinas” que quiera proponiéndose como defensor de tales derechos.
Retomando el juego, Estados Unidos, con su política exterior actual, trata de amenazar al alfil contrario con sonrisas y el llamado al juego limpio, mientras este prepara la artillería del juego duro; restablezco relaciones si nada dicen de mi apoyo a las organizaciones armadas ilegales, que como parásitos cancerosos minan la democracia desde adentro y hacia el lado alterno y las acogen como producto de la revolución bolivariana, la cual debe ser aceptada como parámetro de entendimiento entre los países porque así lo ha fijado el Movimiento Continental Bolivariano.
Mientras las reiteradas condenas de la CIDH, organismo de la OEA, se vuelven causa común contra los regímenes democráticos y como aparato autista frente al totalitarismo en Latinoamérica, la OEA y la ONU se convierte en permanente ausencia frente a la constitución de las amenazas armadas en la región; para los colombianos es lo de menos tal amenaza, pero el discurso de buenas intenciones mientras el mundo siga tolerando, por acción u omisión, la criminal labor de las Farc y el Eln. Nada cambia mientras la atención apenas se dirija a la contención de los cárteles mexicanos, hijos de las Farc, y se descuida la célula madre del mal mundial: el narcoterrorismo fariano como fuente hoy de la llamada revolución bolivariana.
Nada puede hacer Colombia, pese a las buenas acciones del gobierno que ha reducido el campo de acción del narcoterrorismo, si la comunidad internacional se empeña en desconocer las causas estructurales del fenómeno criminal, de las cuales ellas mismas hacen parte, en tanto son las consumidoras del efecto causal. Lo más grave, es que, fracasadas sus políticas internas del consumo interno, las cuales fueron iniciadas y nunca continuadas; quieran ahora pasarnos de víctimas del consumo interno a victimarias por esa razón. Nada significaran los miles de muertos honestos que hemos puesto frente a la desidia frente a los cambios de políticas contra las drogas que tanto el gobierno norteamericano y la Unión Europea proponen como referente.
El negocio del narcotráfico seguirá, si no hay voluntad internacional para atacarlo; no es la simple eliminación de la mata que mata, mientras los bancos internacionales sigan abriendo sus puertas para ocultar el lavado de activos, mientras los gobiernos americanos y europeos sigan haciendo la vista gorda a los fabricantes de insumos para el procesamiento de narcóticos y eviten la promulgación de normas internas para limitar su producción y comercialización; mientras no se castiguen los capitales involucrados en el comercio y microtráfico en sus respectivos países y se siga considerando el problema como un mínimo impacto sobre la salubridad pública.
Mientras el mundo entero siga indiferente a este fenómeno, las Farc seguirán amparando su labor criminal argumentando sus raíces bolivarianas y el mundo seguirá desconociendo las verdaderas razones de nuestro conflicto, haciendo a cada colombiano responsable de los crímenes del narcoterrorismo que las organizaciones armadas ilegales cometan basadas en la gran capacidad de aguante y demostrando que marchas como la del 4 de febrero de 2008 apenas fueron un accidente.
Mientras los ejércitos democráticos del mundo no hacían ostentación de su poderío en las décadas del 60 al 90, los ejércitos soviéticos amenazaban en los desfiles del 1º de mayo con un poderío armamentista sin parangón, caído el muro de Berlín ese poderío militar se repartió en varias repúblicas y el poder de ciertas armas estratégicas terminó en el mercado negro y hoy, pese al atraso estratégico que pueda representar, es objeto del comercio en el desarrollo de otra fase de la confrontación, la guerra asimétrica en la que ningún Estado, concebido como tal, tiene responsabilidad, la cual recae sobre funcionarios o personas individuales.
Los gobiernos que alientan el terrorismo se excusan en lo simple: los mandatarios dicen no responder por las acciones de sus subalternos, por lo que ninguna investigación o condena internacional puede recaer sobre los Estados. Así, las organizaciones terroristas pueden actuar libremente desde un territorio que se declara neutral frente a un conflicto armado interno de sus vecinos, pero presta toda ayuda logística y política, para favorecer la acción criminal de las estructuras terroristas, representando conforme al derecho internacional una verdadera agresión contra un país vecino; es ese el fundamento de la guerra asimétrica.
Pareciere que muchos analistas occidentales despreciaren este concepto y que al igual que en el tránsito de la guerra fría, lo consideraren apenas un problema de policía que no afecta la integridad de la soberanía y la territorialidad nacionales de los países amenazados; nada quieren entender de los frentes en que se libra la batalla hoy frente al presumido extinto comunismo, la guerra que hoy se libra es precisamente convencer a los aliados de la democracia que en el tablero del ajedrez mundial sus “fichas” están contagiadas del irrespeto a los derechos humanos y por ende no pueden ser jugadas, mientras el comunismo puede coronar todas las “reinas” que quiera proponiéndose como defensor de tales derechos.
Retomando el juego, Estados Unidos, con su política exterior actual, trata de amenazar al alfil contrario con sonrisas y el llamado al juego limpio, mientras este prepara la artillería del juego duro; restablezco relaciones si nada dicen de mi apoyo a las organizaciones armadas ilegales, que como parásitos cancerosos minan la democracia desde adentro y hacia el lado alterno y las acogen como producto de la revolución bolivariana, la cual debe ser aceptada como parámetro de entendimiento entre los países porque así lo ha fijado el Movimiento Continental Bolivariano.
Mientras las reiteradas condenas de la CIDH, organismo de la OEA, se vuelven causa común contra los regímenes democráticos y como aparato autista frente al totalitarismo en Latinoamérica, la OEA y la ONU se convierte en permanente ausencia frente a la constitución de las amenazas armadas en la región; para los colombianos es lo de menos tal amenaza, pero el discurso de buenas intenciones mientras el mundo siga tolerando, por acción u omisión, la criminal labor de las Farc y el Eln. Nada cambia mientras la atención apenas se dirija a la contención de los cárteles mexicanos, hijos de las Farc, y se descuida la célula madre del mal mundial: el narcoterrorismo fariano como fuente hoy de la llamada revolución bolivariana.
Nada puede hacer Colombia, pese a las buenas acciones del gobierno que ha reducido el campo de acción del narcoterrorismo, si la comunidad internacional se empeña en desconocer las causas estructurales del fenómeno criminal, de las cuales ellas mismas hacen parte, en tanto son las consumidoras del efecto causal. Lo más grave, es que, fracasadas sus políticas internas del consumo interno, las cuales fueron iniciadas y nunca continuadas; quieran ahora pasarnos de víctimas del consumo interno a victimarias por esa razón. Nada significaran los miles de muertos honestos que hemos puesto frente a la desidia frente a los cambios de políticas contra las drogas que tanto el gobierno norteamericano y la Unión Europea proponen como referente.
El negocio del narcotráfico seguirá, si no hay voluntad internacional para atacarlo; no es la simple eliminación de la mata que mata, mientras los bancos internacionales sigan abriendo sus puertas para ocultar el lavado de activos, mientras los gobiernos americanos y europeos sigan haciendo la vista gorda a los fabricantes de insumos para el procesamiento de narcóticos y eviten la promulgación de normas internas para limitar su producción y comercialización; mientras no se castiguen los capitales involucrados en el comercio y microtráfico en sus respectivos países y se siga considerando el problema como un mínimo impacto sobre la salubridad pública.
Mientras el mundo entero siga indiferente a este fenómeno, las Farc seguirán amparando su labor criminal argumentando sus raíces bolivarianas y el mundo seguirá desconociendo las verdaderas razones de nuestro conflicto, haciendo a cada colombiano responsable de los crímenes del narcoterrorismo que las organizaciones armadas ilegales cometan basadas en la gran capacidad de aguante y demostrando que marchas como la del 4 de febrero de 2008 apenas fueron un accidente.
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