Eran ríos de gentes de todas las condiciones sociales, de todas las razas, de todos los sexos, aplaudiendo entusiasmados el paso marcial de las tropas, el surcar de los cielos por los aviones y helicópteros; el desfile encabezado por soldados con los vestidos de nuestros patriotas que hicieran realidad el dicho de Bolívar al atravesar el Páramo de Pisba, “Si la naturaleza se nos opone, lucharemos contra ella y la derrotaremos”.
En toda Colombia, millones de compatriotas a una sola voz se alzaban vivando la libertad, rechazando las amenazas del emboscado enemigo que una vez más se refugia en las selvas a lamerse las heridas que le infligió el rotundo rechazo a su llamado a protestar contra la independencia, al que solo acudió un puñado de campesinos e indígenas bajo la presión terrorista y movidos por los mismos agitadores de siempre.
La patria está segura cuando se mira a esos niños y niñas que vibraban de nacionalismo al escuchar las notas marciales de los himnos y marchas, las recias voces de los soldados que coreaban los lemas y consignas de sus unidades; era ese mismo espíritu que hace 200 años proclamaba su independencia de la Corona española.
Por si queda alguna duda, especialmente en aquellos comentadores de prensa que pontifican sobre un renacer de las Farc, esos millones de voces que cantaban ¡Colombia, Colombia!, se encargaron de desmentirlos. La narcoguerrilla ya no asusta a nadie en este país, el pueblo entero respalda a sus FF.MM y sus instituciones democráticas porque ha recuperado la esperanza, la identidad con la Nación. Ayer miles danzaron con las notas musicales de esa gran fiesta que se prendió a lo largo y ancho, en todas las plazas públicas había algo porque celebrar y los colombianos celebraron a rabiar: La independencia.
Algunos amargados de oficio decían que era patrioterismo, porque no son capaces de digerir su propia impotencia, tal vez sin ser parte del reducido coro del narcoterrorismo, esperaban morbosamente que los terroristas pudieran con amenazas empañar la fiesta, pero ni siquiera en esos pueblos alejados que hasta hace pocos días sufrieron el horror del bombardeo indiscriminado de los tatucos y los francotiradores, la fiesta fue impedida; en el Tolima, en Cauca, en el Valle, en Arauca, el Meta, Guaviare, los habitantes se reunieron para reafirmar que creen en una Colombia libre y desdeñando las amenazas daban su mano amiga a los soldados y policías que los protegen.
Los colombianos respondieron al unísono las lejanas rabietas de algunos despistados que hablaban de la derrota nacional frente a la amenaza del narcotráfico y el terrorismo; era una respuesta de advertencia fraterna a quienes atizan el conflicto al proteger a los enemigos de Colombia. Este es un pueblo amable y alegre, pero que responderá con férrea voluntad y determinación ante cualquier ataque que atente contra esa independencia que ayer se conmemoraba.
Lo vivido ayer es el reflejo real de nuestra realidad actual; los colombianos volvieron a creer, volvieron a tener esperanzas, porque la Seguridad Democrática les devolvió esa fe. Hace apenas 8 años el temor era el común denominador, se hablaba en muchos escenarios de un país fallido que terminaría dividido y bajo el control de narcotraficantes y terroristas, tanta era la desesperanza que las Farc se creían el cuento de que pronto entrarían triunfales a Bogotá porque la había rodeado; hoy son una fiera herida que lanza dentelladas y zarpazos buscando herir a alguien para mostrarse fuertes, su prolongada agonía solo representa que ya nada las alienta fuera del deseo de hacer daño.
Mientras las estructuras criminales de Alfonso Cano se derrumban como un castillo de naipes, los colombianos rodean agradecidos a su Ejército y los dignos herederos de Antonio Baraya, de Nariño, de Camilo Torres, de Bolívar y Santander, marchan con gallardía y le dicen al mundo entero que nuestra patria será por siempre libre y soberana. ¡Gracias Soldados de Colombia!
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